Emocionar para aprender

La fascinación es una atracción irresistible. Y ésta se produce cuando algo nos despierta fuertes emociones.  Cada vez se elevan más voces, como la del doctor en neurociencias Francisco Mora, que llegan a la conclusión de que para aprender es necesario encender las emociones. Porque a partir de ellas se activa la curiosidad, que lleva a focalizar la atención sobre lo que queremos aprender, y que consigue un mejor rendimiento de la gestión de la memoria.

Imaginad lo que ocurre cuando se genera un torrente emocional tan intenso que la persona olvida todo lo que le rodea y se entrega con pasión a un trabajo o a un aprendizaje, sin importarle los obstáculos con los que se va a encontrar. Algo que se produce con mucha frecuencia en los niños y jóvenes cuando juegan, cuando tienen una motivación intrínseca especial, o cuando superan alguna dificultad en el camino que se habían fijado para llegar a una meta.

Esto sucedería más y a menudo en los centros educativos si dejáramos de una vez de aburrir a nuestros alumnos por no salir de nuestra zona de confort, si los políticos dejaran de hacer el estúpido y sellaran un gran pacto de educación para centrarse en lo más importante que es el alumno, y si los administradores educativos escucharan de una vez a los agentes educativos para diseñar un sistema orientado a la enseñanza personalizada, al pensamiento crítico, a la innovación y a la creatividad, en lugar de tener como modelo a una fábrica de tornillos con un sistema de producción en cadena de niños con sus cabezas llenas de datos de todo tipo, sin relación ni sentido.

Francisco Mora dice en la portada de su libro “Nueroeducación” (Alianza Editorial, 2013) que sólo se puede aprender aquello que se ama. Cada vez somos más los docentes que nos hemos dado cuenta de ello, ya hace tiempo, y que hemos desterrado los libros de texto, total o parcialmente, hemos introducido las metodologías de proyectos, de aprendizaje cooperativo  o de simulaciones en nuestras aulas, cambiamos la evaluación de los trasnochados examenes por rúbricas y porfolios, y hemos roto las barreras entre el centro educativo y la sociedad. Y si pudiéramos, tiraríamos abajo las paredes, acabaríamos con las clases ordenadas por fecha de fabricación de los niños, y mandaríamos al cuerno la estructura del currículo por asignaturas compartimentalizadas. A lo mejor el rendimiento que quieren medir los políticos para que no les saquen los colores subiría unos pocos puntos nada más. Pero lo que no mide PISA ni parece interesarles a nadie, es la enorme ganancia que supondría en la motivación de los alumnos por querer asistir al colegio o al instituto para aprender. Sólo con este enorme avance, los docentes nos daríamos por satisfechos, porque habría acabado esta larga e inacabable travesía a través de la mediocridad.

Porque queremos disfrutar enseñando y que nuestros alumnos disfruten aprendiendo, nos hemos agrupado en este colectivo al que hemos llamado Pedagogía de la Fascinación.  Para poner nuestro grano de arena y alcanzar ese objetivo.